Así fue como terminé repasando uno a
uno mis movimientos, lo había visto cien veces en películas pero nunca creí que
fuese tan real, en un segundo pude ver en mis ojos el estallido de fotogramas
que como un tercero se abstraían de mi para relatarme mi propio día, el olor de
sangre se confundía aún con tu perfume que revivía en mi las sensaciones
espasmódicas de mi estómago, sensaciones que alguna vez me advirtieron como tu
sonrisa que abría puertas al cielo, me había congelado la vida para siempre en
tus brazos, que mi último suspiro te pertenecía, así como tu último aliento a mí.
¿De quién era esa canción? - ya sabés que soy malo para los nombres- pero tus
brazos, que rodeaban mi cintura se fusionaron a mi cuerpo como el ritmo de ese
bolero suave que contradecía el ritmo habitual de tus caderas, ay Rosa, ¿porqué
decidí seguirte?-ya sé, ya sé que creés que siempre fui desconfiado, pero te
juro que de vos nunca desconfíe, de Rafa siempre, yo lo conocía y vos también-
fue por eso que sin pensarlo dos veces me encontré caminando con prevenida
distancia detrás de ustedes, un poco lejos para no ser percibido pero no lo
suficiente como para no entender el ritmo presumido en que tus caderas se
encendían a la vez que impregnabas de color tus mejillas y labios -siempre
te lo dije, ese carmesí transformaba tus pequeños labios en una hoguera digna
para que cualquier hombre de buena cordura pudiera morir.- Después de pocas
cuadras ingresaron por esa estrecha puerta de la que a su vez salían individuos
rebosantes de ese aire que sólo da horas de buen amor –si Rosa, me conocés
bien- mi corazón acelerado
desdibujaba los botones para abrir tu camisa holgada que dejaba ver el inicio
de tus senos y mi mano temblaba del mismo modo que cuando te tocaba pero con el
odio intenso de saber que otro te acariciaba. Ahí estaba yo entrando por la
estrecha puerta que conducía por unas escaleras pendientes hasta un tercer
piso, ya mi mente se nublaba, los escalones desaparecían, al igual que toda la
gente que en el lugar se encontraba, yo sólo podía ver a Rafa guardando el
dinero acabado de recibir, con esa sonrisa levemente torcida que acompañaba el
estrechar de la mano del hombre que con su mano libre tocaba grotescamente tus
nalgas y te llevaba a la pista –yo lo sé Rosa, sí, estábamos a punto de
enloquecer sin dinero, sí, ya no creías en ninguno de mis negocios, sí
estábamos perdiéndolo todo pero nosotros Rosa, nosotros y nuestro amor-
tomé sin ser consciente de que tomaba, el cuchillo de una mesa –en la cual
cenaban todo eso que tu y yo ya no podíamos cenar desde hacía un tiempo- te
abracé por la espalda y te pregunté: ¿Qué hacés Rosa? ¿Qué hacés?, contestaste:
de sólo amor no se alimenta el cuerpo, tenemos que sobrevivir –y no me digás
que eso es respuesta tuya, así fue como te convenció el Rafa, eso te hizo
pensar.- Así estábamos, mi abrazo te sostenía al ritmo de una canción, de
la cual no quise aprender su nombre intencionalmente, yo te desprendía
lentamente de ese cuerpo ajeno a los dos y te recibía en mi, mientras te
desvanecías, vi como tu último aliento se agitaba y salía por la ventana, corrí
a atraparlo –no me gocés Rosa que siempre fui claro, te dije que amaría hasta
tu último aliento- y sin más, estoy extendido frente a nuestro inmenso
cielo, desde acá alcanzo a ver la estrecha puerta por donde todos tratan de
salir a la vez, sintiendo el último abrazo que te di, recorriéndonos en el
tiempo y rogando, porque las sirenas que empiezo a oír se demoren un poco más
en llegar, para que mi suspiro pueda alcanzar al tuyo, y sí Rosa, de amor
vivir.
jueves, 28 de enero de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)