Cuando desidia decidió tocar a la puerta fueron dos cosas las que
me pregunté: la primera, por qué fuiste tú quien abrió, y la segunda, qué fue
lo que silbó a tu oído.
Desde ese día hasta hoy, la sucesión de eventos han sido
irrelevantes, podría decirse así, porque el único suceso real es tú
desaparición de mis espacios, de mis sonidos y también de mis silencios, con la
gran aparición del huequito ese, que es móvil y por ahora no tengo ninguna seguridad
de dónde se instaurará. Unos días se encuentra ahí, justo en medio del paso de
la respiración y de la comida, haciendo de la primera algo difícil y de la
segunda una anulación pequeña.
Luego me di cuenta que desidia siempre había estado, guardada
quizás en un bolsillo, a veces acurrucada casi imperceptible, entonces éramos
felices compartiéndonos en un todo, y otras, se estiraba, se arrellanaba y creo
que hasta se tomaba un café contigo (ese que ya tú y yo no compartíamos) y ahí
me paraba sola, a compartirme a ti, sin tú darte cuenta, ni me recibías.
Ahora ahí estamos o más bien estoy, esperando que desidia se
atreva a salir de tu bolsillo y no estar más contigo o que aprenda a vivir
también, en mi bolsillo.
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