jueves, 15 de noviembre de 2012
Lo que son 5 minutitos más en Bogotá.
Actualmente me encuentro en un conjunto residencial al norte de Bogotá, que por su tamaño y ubicación tiene una ruta propia que se encarga de llevar a sus residentes hasta el destino más cercano de acceso fácil al transporte, ésta ruta es un circuito continuo que pasa cada media hora y hoy he perdido el carro de las 6 a.m., al llegar al paradero a las 6 y 5 minutos... pues bueno… camino, hasta la siguiente portería y ellos se comunican por “wokitoki” entre todos para verificar por dónde va la ruta, ya no hay nada que hacer, debo esperar a la de las 6 y 30 y mientras tanto les pido el favor de que me ubiquen un taxi, de ahí en adelante oigo como M1 se comunica con M2, M3 y así, en una caso infinito de: si pasa un taxi por allá envíelo a la portería 1 / ERRE / si de alguna portería sale un taxi envíelo / ERRE / se solicita otro móvil para la portería 3 / ERRE / acaba de pasar uno pero es sordo / ERRE / silbo y no me miran / ERRE / ahora si se formó el trancón / ERRE / la Boyacá no se mueve / ERRE / empezó la hora del tráfico / ERRE / no pasa nada vacío / ERRE.
Y ya es hora de subirme al carro de la ruta, para que me lleve en donde ya se, que no me espera nada ágil, así que me bajo del carro y luego de unos no muy esperanzados intentos de tomar un taxi, decido montar por primera vez en Transmilenio como un habitante más de Bogotá, pues ya me había subido como turista y recorrer la ciudad con uno o el otro chip, es diferente.
Ahora ya se todas esas cosas que te dicen los otros habitantes, esos “secretos de la ciudad para sobrevivir”, entonces mi cerebro primero hace un escáner de mi misma y me dice: ohh y justo hoy te pusiste el bolso que no tiene cierres, y estos taconsotes para ese camino tan largo parada y usas vestido para ir tan cerca de la gente, recuerda celular bolsillo derecho en el pecho, que le pase por encima la tira del bolso, mano derecha sobre celular no te lo vayan a sacar y mano izquierda cerrando el bolso que va girado hacia delante.
Y Llega el H15, unos 6 esperamos frente a la puerta doy una mirada rápida identifico a un trabajador que bajó en la ruta, un chico joven pero que, o sea, con su mirada de popo quería decir todo el tiempo que es 30 estratos más que el resto, el cual también bajó en la misma ruta en la cual llegué hasta acá y otras personas todas muy altivas, entonces me digo por lo menos este lote que entrará a la vez, se ve aseadito, menos por el chico de buso sucio y zapatos rotos y el de pijama con zapatos crocs, que si va a tomar turno pues debe estar bien pero si viene de turno cuanta enfermedad, virus y bacteria deberá traer pegada. Se abren la puertas, nadie baja, aparentemente ya no cabe nadie más y ahí vamos pa´dentro los 6 que logramos cuadrarnos a no más de 5 c.m. del ingreso, una chica se baja odiando al de pijama “dejar salir es entrar más fácil” no ha de ser de acá, esa lógica no funciona mucho por estas tierras como otras lógicas que me han ido cambiando y luego hablaré de ello.
Vamos andando, y empieza el baile de cuerpos como una sola masa armada por masas de diferentes kilajes, una masa que se mueve, se acomoda y se reacomoda pasando por el cuerpo a cuerpo de diferentes “texturas”. De estación a estación pasan dos cosas:
A veces aparentemente nadie se bajó y no cabe un alma más, pero como pueblo bien creyente y con la seguridad de que vamos a caber todos en el cielo, más masas logran distribuirse y compactarse con las que ya estamos.
Otras veces se siente como la llave del grifo se abre con la apertura del trasmilenio y hay que luchar fuerte con la corriente que se crea, para poder permanecer adentro y guardar el territorio ganado que has ido conquistando. Ya que no es lo mismo ser el que está adentro al recién llegado, eso es claro para nuestro instinto animal en cualquier territorio.
Pasan las estaciones pero no las cuadras y ya vamos llegando a la escuela militar, en carro cuando veo este largo paredón siento que ya llegué a mi trabajo, pero ahora se me crea una terrible consciencia de estar en la calle 80 y que me dirijo a la 22. Cincuenta y ocho cuadras faltan de nuevos cuerpos con nuevos cuerpos, del infinito baile de masas. Cincuenta y ocho cuadras de olores que se mezclan, de tacones que te recuerdan que estás viva y alerta para cuidarte de todo los que los habitantes natales te dicen que te debes cuidar, aunque a tu alrededor veas gente que ha desarrollado diferentes habilidades con la repetición de sus recorridos.
Entre otras habilidades a parte de la de carterear que es la que más se ha dado a conocer por medio del boca en boca, se encuentra la de dormir, es increíble como en la compresión de las masas, hay habitantes que se relajan en un inconsciente acto de confianza, sí, acá en la ciudad en la que todos desconfían de todos, las necesidades fisiológicas permiten crean una expresión desapercibida de lo que para muchos expertos de terapias, coaching, fortalecimiento de parejas es la mayor prueba, relajar tu cuerpo y confiar en que el otro te sostendrá, así como lo hacen las estrellas de rock con sus fans pero con menos parafernalia, cada ciertos cuerpos logras ver otros que cierran sus ojos y aprovechan el baile de masas para relajar su cuerpo y robar al sistema de vida de la gran ciudad unos minutos de descanso.
He llegado a la Calle 22 las puertas se abren, me bajo con las diferentes voces que me repiten en mi cerebro que esta es una zona de tolerancia, que no se me ocurra bajarme y que tenga especial cuidado. Busco como tomar el K10 hasta Centro Memoria, ciertas personas empiezan a correr a mi alrededor, esta actitud ya la identifico: ¡viene el metro! Ahh no, un trasmilenio marcado con el K10 me uno a la carrera, alcanzo a entrar, una estación más y estaré bajándome en la esquina de la calle 26 de mi trabajo. Que bueno … solo es media hora de retraso, pensé que podía ser peor.
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