De repente las hojas dejaron de moverse, los largos árboles ya no
pendulean más, un silencio aturdidor se ubico desde el centro de la ciudad
hacia todos sus alrededores; caminos, veredas, calles, edificios, centros
comerciales, todo quedó en un silencio tal que ante la vista parecía la
aparición de la cámara lenta. Los ancianos no caminan lento sino re-lento y los
jóvenes ya no corren. Dejó de caer lluvia, aunque su presencia podría hacer del
año más muerto, podrían usarse esas frases que a los ecologistas tanto les
gustan, como el cielo no ha parado de llorar, la tierra gime o quién sabe qué
más. Pero a su vez tampoco caen rayos de sol, los pájaros no trinan, tampoco
vuelan parecen estatuas que hacen parte del paisaje citadino, algo así pasa con
el resto de animales, los murciélagos se ven a todas horas pendiendo de su
pies, eso sí, sin movimiento alguno, las hormigas quedaron haciendo caminos,
los perros y los gatos ya no se pueden perseguir pero estos por estar más
humanizados que animalizados no quedaron estáticos paisajeando, sino que
simplemente andan como los viejos, supongo que se igualaron a estos y no a los
jóvenes por eso de la sabiduría.
Los colores en esta ciudad, que vive este año, no podían quedarse atrás por lo que ellos se tornaron lavados, ese lavado que no es opaco pero que tampoco brilla, ese lavado en el que todo parece de una misma gama, ya no hay pasteles, ni cítricos, tampoco incandescentes. Pero entiéndase bien, ya que no he dicho que el fucsia desapareció y tampoco el azul cama cuna y sus congénitos. Bueno, ese no es el año muerto del que hablo, porque si fuera éste, sería divertido, aquellos que sufrían de vértigo por los árboles y sus penduleos no se vertigearían más, por ejemplo, el mundo y nosotros descansaríamos de los extremos sonidos. Con la cámara lenta podríamos observar agudísimamente los instantes, los cuales a su vez podrían llamarse algo como instaantes. Si fuera así la muerte de este año, los viejos habrían encontrado la real paciencia de la vejez, no la forzada por el cuerpo y los jóvenes tendrían algo de viejos o sea que le habrían ganado a aquel dicho que dice: quisiera la fuerza juvenil con la paz y conocimiento del viejo, -si ya sé, así no dice, pero palabras más aquí o allí en síntesis dice algo así-. Con lo de la lluvia y el sol, pues bueno, ya todos andarían felices, aquellos que odian sentir caer la luz sobre la frente al igual que aquellos que huyen antes de derretirse cuando el agua cae, -es que uno huele tan maluco cuando se moja y se seca en la calle-, pensándolo detenidamente este es el punto que mayor alivio social traería, ya que no habría que respirar el aire caliente exhalado por los otros en los buses ensardinados herméticamente los días lluviosos, ni tampoco habría que preocuparse porque si se decidió salir de manga larga a la calle “¿será que sale el sol más tarde?”, en fin espero tratar el tema concienzudamente en otro momento. Lo que sucedió a los animales también tiene sus pros, algunos contradictorios, como aquello del trinar, que como alegraban a la vieja carola estos sonidos tempraneros de sus cantores pero a juan, su vecino, que lo que realmente amaba era dormir hasta tarde, como le disgustaba éste despertar. En todo caso, ese nuevo paisajismo “viviente” de lo natural en todos los lugares de la ciudad le dieron una connotación real a aquello de la selva de cemento pero por un realismo natural.
En fin, éste año tan muerto no vivió así realmente. Éste año en realidad sintió una serie de desvanecimientos, una aparición espontánea de ausencia de seres, quizás todo empezó en una cuadra y de ahí se irradió al resto del país, aunque yo sólo puedo dar fe de mi ciudad pero las noticias apoyarían éste fenómeno diciendo que fue en el mundo. No seré puntual con las explicaciones de cuál fue la cuadra, porque lo último que necesitan, después de vivir sus pérdidas los condolientes de ésta, sería una multitud enardecida con la necesidad de encontrar culpables para alivianar el dolor de la perdida y menos aún porque estas pérdidas pertenecen a un paso natural, no quiero decir que las otras no lo sean, finalmente es la muerte lo más natural de todo lo que vivimos, pero es que esta era una cuadra con muchos viejos. El inicio de esta secuencia de pronto para algunos está bien, ya que desapareció el viejo de la casa encercada que siempre tenía una buena blasfema (sin una mala intención), que perseguía a los niños con peinilla en mano (no para peinarlos por su aspecto rebujado) y remitía en el siglo XXI a una estampa militar de la segunda guerra mundial y aunque en realidad entre estas dos épocas no han pasado 100 años, la mayoría de los nosotros, conocimos soldados que no se despeinan por estar rapados, no como los de antes, que el no despeinarse se debía más a su temple y rigor, pero así fue, con el hombre de pequeño bigote y pelo perfectamente peinado, de mirada fuerte al igual que la mano, empezó todo; poco después desapareció una de las dos viejas que se sentaban en las tardes a mirar el horizonte que ya había desaparecido con una serie de edificios, pero que igual serían mirándolo todas las tardes y hablando de aquellas cosas que sólo ellas saben o quizás ellas y todas las viejas que también tienen un horizonte para ver y hablar; de todos modos un día sólo... solo quedó viendo ese horizonte una, porque la otra se desvaneció, quizás se fundió con él y por eso su amiga seguía sentándose a verlo en las tardes con esos ojos azules que también se fundían ahí, solo por unos instantes, pero un día esa nube de ojos azules se esfumó, dicen que lo primero que se dejó de ver de ella fue el brillo azulejo de su mirada, que cerró sus ojos varios días en un hospital, no se sabe si invocando a todos sus muertos para que vinieran por ella y la acompañaran en el caminar, o tratando de ignorar el momento ya inevitable de tener que ir por ese camino que sólo se anda una vez, pero también cuentan que lo último que se vio de ella cuando emprendió el camino, fueron sus azulejos y que ese día fue el día que más bellos brillaron. Para esos mismos días, en esa misma cuadra, otros viejos se ausentaban, pero en otra cuadra de Medellín dos señoras más aumentaban desvaneceres, eran de esas mujeres que vieron crecer el barrio y se despedían ahora de los que hicieron crecer, la primera fue acompañada rápidamente por un hijo pero la segunda fue sorpresiva y en un parpadeo ya no estaba más, ésta casa, su casa, vive una posrevivencia o remembranza, la madre se ha ido, pero religiosamente todos los hijos los fines de semana visitan la casa materna y sus paredes vibran, mantienen el calor y sonríen dando la bienvenida, ¿será que los objetos también extrañan lo vivido?
Los colores en esta ciudad, que vive este año, no podían quedarse atrás por lo que ellos se tornaron lavados, ese lavado que no es opaco pero que tampoco brilla, ese lavado en el que todo parece de una misma gama, ya no hay pasteles, ni cítricos, tampoco incandescentes. Pero entiéndase bien, ya que no he dicho que el fucsia desapareció y tampoco el azul cama cuna y sus congénitos. Bueno, ese no es el año muerto del que hablo, porque si fuera éste, sería divertido, aquellos que sufrían de vértigo por los árboles y sus penduleos no se vertigearían más, por ejemplo, el mundo y nosotros descansaríamos de los extremos sonidos. Con la cámara lenta podríamos observar agudísimamente los instantes, los cuales a su vez podrían llamarse algo como instaantes. Si fuera así la muerte de este año, los viejos habrían encontrado la real paciencia de la vejez, no la forzada por el cuerpo y los jóvenes tendrían algo de viejos o sea que le habrían ganado a aquel dicho que dice: quisiera la fuerza juvenil con la paz y conocimiento del viejo, -si ya sé, así no dice, pero palabras más aquí o allí en síntesis dice algo así-. Con lo de la lluvia y el sol, pues bueno, ya todos andarían felices, aquellos que odian sentir caer la luz sobre la frente al igual que aquellos que huyen antes de derretirse cuando el agua cae, -es que uno huele tan maluco cuando se moja y se seca en la calle-, pensándolo detenidamente este es el punto que mayor alivio social traería, ya que no habría que respirar el aire caliente exhalado por los otros en los buses ensardinados herméticamente los días lluviosos, ni tampoco habría que preocuparse porque si se decidió salir de manga larga a la calle “¿será que sale el sol más tarde?”, en fin espero tratar el tema concienzudamente en otro momento. Lo que sucedió a los animales también tiene sus pros, algunos contradictorios, como aquello del trinar, que como alegraban a la vieja carola estos sonidos tempraneros de sus cantores pero a juan, su vecino, que lo que realmente amaba era dormir hasta tarde, como le disgustaba éste despertar. En todo caso, ese nuevo paisajismo “viviente” de lo natural en todos los lugares de la ciudad le dieron una connotación real a aquello de la selva de cemento pero por un realismo natural.
En fin, éste año tan muerto no vivió así realmente. Éste año en realidad sintió una serie de desvanecimientos, una aparición espontánea de ausencia de seres, quizás todo empezó en una cuadra y de ahí se irradió al resto del país, aunque yo sólo puedo dar fe de mi ciudad pero las noticias apoyarían éste fenómeno diciendo que fue en el mundo. No seré puntual con las explicaciones de cuál fue la cuadra, porque lo último que necesitan, después de vivir sus pérdidas los condolientes de ésta, sería una multitud enardecida con la necesidad de encontrar culpables para alivianar el dolor de la perdida y menos aún porque estas pérdidas pertenecen a un paso natural, no quiero decir que las otras no lo sean, finalmente es la muerte lo más natural de todo lo que vivimos, pero es que esta era una cuadra con muchos viejos. El inicio de esta secuencia de pronto para algunos está bien, ya que desapareció el viejo de la casa encercada que siempre tenía una buena blasfema (sin una mala intención), que perseguía a los niños con peinilla en mano (no para peinarlos por su aspecto rebujado) y remitía en el siglo XXI a una estampa militar de la segunda guerra mundial y aunque en realidad entre estas dos épocas no han pasado 100 años, la mayoría de los nosotros, conocimos soldados que no se despeinan por estar rapados, no como los de antes, que el no despeinarse se debía más a su temple y rigor, pero así fue, con el hombre de pequeño bigote y pelo perfectamente peinado, de mirada fuerte al igual que la mano, empezó todo; poco después desapareció una de las dos viejas que se sentaban en las tardes a mirar el horizonte que ya había desaparecido con una serie de edificios, pero que igual serían mirándolo todas las tardes y hablando de aquellas cosas que sólo ellas saben o quizás ellas y todas las viejas que también tienen un horizonte para ver y hablar; de todos modos un día sólo... solo quedó viendo ese horizonte una, porque la otra se desvaneció, quizás se fundió con él y por eso su amiga seguía sentándose a verlo en las tardes con esos ojos azules que también se fundían ahí, solo por unos instantes, pero un día esa nube de ojos azules se esfumó, dicen que lo primero que se dejó de ver de ella fue el brillo azulejo de su mirada, que cerró sus ojos varios días en un hospital, no se sabe si invocando a todos sus muertos para que vinieran por ella y la acompañaran en el caminar, o tratando de ignorar el momento ya inevitable de tener que ir por ese camino que sólo se anda una vez, pero también cuentan que lo último que se vio de ella cuando emprendió el camino, fueron sus azulejos y que ese día fue el día que más bellos brillaron. Para esos mismos días, en esa misma cuadra, otros viejos se ausentaban, pero en otra cuadra de Medellín dos señoras más aumentaban desvaneceres, eran de esas mujeres que vieron crecer el barrio y se despedían ahora de los que hicieron crecer, la primera fue acompañada rápidamente por un hijo pero la segunda fue sorpresiva y en un parpadeo ya no estaba más, ésta casa, su casa, vive una posrevivencia o remembranza, la madre se ha ido, pero religiosamente todos los hijos los fines de semana visitan la casa materna y sus paredes vibran, mantienen el calor y sonríen dando la bienvenida, ¿será que los objetos también extrañan lo vivido?
Desvanesencia siguió su camino y llegó a un pueblo (que es casi parte de la ciudad) entonces desapareció la señora amada por todos, ese día la iglesia central no daba abasto, todos sabían los sucedido, y todos acompañaban a todos aunque como es normal unos sufrían más que otros y otros quizás ni sufrían, pero fueron muchos los que acompañaron esta despedida. Y entre las últimas ausencia, esta una de gran nobleza, llorada por menos ojos, dicen que las grandes cosas sólo unos pocos tienen el amparo de verlas, es un hueco de esos que casi nadie entiende y esta vez el silencio no se apoderó de toda una ciudad, tampoco de un pueblo, ni siquiera de un barrio, tan sólo de un apartamento y particularmente de una pieza, ésta desvanesencia ya no deja repetir las uñas contra el baldosín, ya hace que los zapatos permanezcan donde nos los quitamos, ya no hay disculpas para salir a ver el barrio de noche y tampoco en las mañanas, tampoco hay ya, fiestas al abrir la puerta de la casa, que minimeses dirían y sí, desvanesencia se llevó estas y tantas otras minimeses, pero ¿qué sería de la vida sin sus minimeses tan esenciales y vivientes? Minimeses como los segundos, que pasan y llegamos a días, días en los que desvanesencia continúa su paso, se crean nuevos silencios, y la vida se transforma en recuerdos.
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